Clase 7 - Actividades
La interacción entre el niño y la madre
El apego es un vínculo que sirve para procurar y mantener la proximidad entre el niño y la madre. Sin embargo; los niños necesitan conocer el mundo, explorar el entorno, y para ello necesitan alejarse de la madre. Además los niños tienen que establecer relaciones con otros adultos y con otros niños. De aquí se desprende que en el apego lo más importante es la calidad de la relación.
Los estudiosos del apego diferencian entre apego y conductas de apego. El apego es el vínculo, una especie de atadura invisible que persiste en el tiempo y que se mantiene en la separación y la distancia. En cambio las conductas de apego son las manifestaciones visibles de este vínculo. Conductas que favorecen la proximidad y el contacto.
Pero la abundancia de estas manifestaciones no es prueba de que exista un buen apego. Por el contrario, es posible que un niño que exigen la presencia continua de la madre, que no se puede separar de ella ni un momento, no tenga necesariamente una relación muy buena. Precisamente con esas conductas de apego exageradas, pone de manifiesto que está inseguro en la relación, que pude tener miedo a la separación, que no tiene confianza en la disponibilidad de la figura de apego. Es las separaciones donde mejor se aprecia la calidad del apego.
Se pueden distinguir niños apegados con seguridad, que manifiesta conductas positivas hacia la madre tras una separación breve. Los niños que tienen un apego ambivalente manifiestan no sólo conductas positivas sino también negativas y de oposición como llantos y pataleo. También hay niños que tienen conductas de evitación, de ignorancia en relación con el adulto o evitación respecto de la madre.
El establecimiento de esta primera relación de apego tiene una vital importancia para las relaciones sociales posteriores y también para el desarrollo intelectual del niño. El niño utiliza a la figura materna como una base de apoyo segura desde la que puede explorar. La existencia de ese apego le permite al niño alejarse momentáneamente de esa figura para entrar en contacto con el mundo. Con frecuencia el niño se separa, examina un objeto o zona y vuelve a mirar a su madre. Si ésta se encuentra ahí y establece contacto visual continúa su exploración. En los casos en que no se establece el contacto, interrumpe su actividad o vuelve hacia ella.
Así, una buena relación con una o varias figuras de apego permite más independencia que una mala relación. No sólo una mala relación hace al niño menos activo, sino más dependiente y menos social. Una mala relación puede suponer además malas relaciones con el entorno. Frecuentemente los niños agresivos o que tienen conductas que resultan insoportables para los adultos que les rodean están protestando contra su estado, están manifestando su malestar. A menudo la única manera que tiene un niño de que le atiendan es romper algo o provocar algún desastre. Esto va a permitir que se ocupen de él, aunque sea para castigarlo o pegarle.
Un niño no deseado tiene muchas posibilidades de ser desdichado. Por eso es mejor para él no nacer que nacer en una situación deplorable. Los medios anticonceptivos o incluso el aborto pueden ser una solución, preferible sobre la triste situación que puede vivir un niño que no nace en un entorno social adecuado.
Por otra parte, la mala relación con la madre o su ausencia puede ser reemplazada por otros adultos o incluso compañeros. Hoy se piensa que los acontecimientos durante los primeros años son muy importantes pero no irreversibles. En cuanto más pronto se atienda y corrija una situación traumática o una mala relación, más fácil será compensarla.
Una buena relación hace más fáciles las separaciones. El establecimiento de una buena relación es problema de calidad, no de tiempo. Si el niño cuenta con una madre y/o adultos que le hacen sentir confianza en sí mismo y en las relaciones que sostienen, puede manifestar conductas positivas cuando tiene que asistir a la escuela o guardería.
Recuperado de:
Delval, J. (2006). El desarrollo humano. México: Siglo XXI editores. Pp. 196 – 202.